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domingo, 5 de agosto de 2012

Cambalache Violencia Por Enrique Pinti | Para LA NACION

Cambalache

Violencia

Por Enrique Pinti | Para LA NACION


La violencia es una de las muchas malas pasiones que alberga la naturaleza humana. No es privativa de ninguna época y de ningún país, de ninguna raza y de ningún nivel social.
Se manifiesta en todos los sectores, la practican seres individuales, gobiernos y todo tipo de autoridades en todos los ámbitos.
Hay momentos en los que la violencia social y colectiva surge con más fuerza y es absolutamente pública y notoria. Guerras, dictaduras, conflictos raciales, políticos y religiosos exacerban la crueldad y el género humano se ve sometido a vejámenes y violaciones de los más elementales derechos.
Pero está la otra violencia, la doméstica, la familiar, la cotidiana, como quiera que se la defina. Esa violencia que durante siglos se mantuvo subterránea, no declarada por prejuicio o por temor.
Lo que ahora llamamos violencia de género, o sea la ejercida por varones contra mujeres, era no sólo admitida sino justificada con chistes de dudoso gusto allá por los años de mi infancia, y venía de muy atrás. El gran Shakespeare en su comedia La fierecilla domada justificaba el palizón al que era sometida la caprichosa Catalina en manos de su marido a la fuerza y la susodicha se retractaba de su rebeldía en un monólogo final de rendición completa a su amo y señor.
Siglos más tarde yo escuchaba a través de la radio una canción mexicana muy de moda en la década del 40 que decía "quien te quiere te aporrea es también refrán de amor, pero a mí el de ojo por ojo me parece que es mejor". ¡Tomá!, las dos posibilidades más nefastas: te pego porque te amo y la venganza de devolver cachetazo por cachetazo. Las sociedades machistas celebraban estas situaciones y era muy común decir "a esa lo que habría que hacerle es darle una tunda", y justificar en rueda de señoras que "si lo descubro con otra, le doy con el palo de amasar y a ella la reviento a patadas". O sea, civilización 0, barbarie 10. Ese estado de cosas mostrado frecuentemente en el cine, aun en las más finas y sofisticadas comedias de enredos norteamericanas con guerra de sexos donde no se descartaba la violencia física, pintaba de cuerpo entero a sociedades que tenían a la violencia incorporada como una terapia, si no beneficiosa, al menos adecuada en ciertos casos.
Costó muchos años y muchas víctimas fatales hacer tomar conciencia a gobiernos y pueblos de lo nocivo de estas prácticas. En la última década abundaron las denuncias públicas de esos malos tratos, por lo que se ha legislado en esa materia y se han creado numerosos centros de consulta y atención para las víctimas de este flagelo. Incluso en los últimos tiempos también ha comenzado a contemplarse el maltrato a hombres que rehúsan devolver el golpe de sus mujeres y resultan malheridos, no ya por el caricaturesco palo de amasar de sisebutas de sainetes, sino por cuchillos de cocina bien afilados. Es por eso que parece que hoy en día hay muchos más casos que en otras épocas y no es exactamente así. Lo que ocurre es que ahora se denuncia por todos los medios que disponen las sociedades (radio, televisión y redes sociales), de manera que lo que antes era un secreto culposo, una vergüenza familiar y un trapo sucio que se lava en casa, como decían las viejas, ahora es una denuncia a viva voz y eso es un signo positivo que parece ser la mejor defensa contra la irracionalidad de esa horrible pasión humana que brota de no reconocer el derecho del otro, de pretender que tu pareja sea tu propiedad y de ningún otro, de no aceptar un no como respuesta, de la ignorante arrogancia de creer que alguien está obligado a tener sexo cuando no tiene ganas, de la tiránica intransigencia de no tolerar los gustos diferentes de las personas que conviven con uno y que tienen derecho a no ver todos los encuentros futbolísticos habidos y por haber y no tragarse cuanto culebrón o programa de chimentos se televise. En una palabra, olvidar que sólo el acuerdo armónico de las partes constituye un todo placentero. Y si eso no se logra, lo más sano es la separación antes de que sea tarde, otro tabú que las sociedades retrógradas de antaño seguían so pretexto de la familia es la familia y hay que defenderla aunque no nos guste. Máximas erradas de defender lo indefendible y aguantar los golpes y agresiones, porque el que te quiere te aporrea..

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